viernes, 21 de noviembre de 2008

¡Sorpendete! Pase y vea! ¡Un día más en la vida de GD!

Viernes por la tarde. Hastío. Seguramente el último viernes libre que me quede. Estoy seguro que no. La suerte siempre fue así conmigo; no cambió cuando quise, y no quiero que cambie ahora. Me debato entre la única opción que tengo. Internamente yo se que hice mil cosas para evadirla. Y la evado todavía. Afuera hace calor. Adentro demasiado frío. Me arden los ojos de tanto mirar la caja boba de la pecé.

La cama sin hacer. Mi vida un poco más desordenada. De todo esto, lo único que me consuela es saber que no moriré pronto. La gente solo muere allí mismo cuando se queda sin proyectos. Creo que viviré 100 años. O quizás 200. Después de todo los bonsai crecen despacio, y yo busco uno perfecto. Perfecto. Nunca nada en mi vida fue perfecto. Excepto aquello que debió no ser tan malo. ¡Ah, sí! ¡Eso sí que era perfecto! ¿Entonces de qué me quejo?

En una habitación cuya entrada conozco de memoria, hay mil puertas que me esperan. No sé porque me falla la memoria justo ahora. “No te hagas el tonto”, me digo con mi voz interior, tan despacio que ni me escucho. Al final, siempre pasa lo mismo. Me caigo, me duele mucho (mucho), y después vienen las lágrimas, las promesas (nunca más lo haré), y todo lo que indica el Manual de la Psicología del Humilde (que buena idea que se me acaba de ocurrir). Apenas puedo levantar la cabeza, con la secreta certidumbre que pronto volver a caer.

¿Se nota cómo me siento? No espero repuesta... como que tengo experiencia de unos ¿20 años?, de no recibir respuestas. Nadie responde (dios [miren como escribo “dios”], ¿estás ahi?). Entonces digo lo que quiero. ¡Ah, no se quejen ahora ustedes!

Antes de irme, un cuento brevísimo, que me encantó, en el curso nro 51 de “Peronismo...”, de JPF, que salió este Domingo 9 de Noviembre y que tuve oportunidad de leer este fin de semana:

Una mujer visita a un fotógrafo. “Sáqueme hermosa”, le dice, “atrape con su cámara el azul calmo de mis ojos, la tersura de mi piel, mis pezones rosados que ahora se los muestro, ¿los ve?, ¿alguna vez vio algo así?, ¿quiére ver el misterio de mi ombligo?, ¿la magia de mi bello púbico?, ¿apresará el rojo sangre de mis labios?, ¿mis piernas bien torneadas, perfectas? Espere, ahora se las muestro, apuesto que nunca vio nada igual”. El fotógrafo, harto, hirientemente, dice: “oiga, abuela, si quiere que saque la foto quédese quieta, ¿quiere?” (cuento de Humberto Constantini, arregado por JPF [y por mi también]).