domingo, 3 de octubre de 2010

Lo que me ocupa y preocupa por estos días

A penas una breve introducción, para no volverme monotemático.
Sigo trabajando en la librería. Las cosas no van mal, excepto yo: me descubro cada día más holgazán, y no sólo quien les escribe... mis compañeros también lo notan. Lo único que rescato de positivo es que me doy cuenta de ello. Es lo único.
Siento que estoy ganando bien, o al menos, de momento, no me quejo. Lo malo es que llego a fin de mes con una soga al cuello, pues guardo mucho más de lo que debería. ¿Para qué hago esto? No lo sé. Temo estar convirtiéndome en un esclavo del dinero. Mi excusa es trabajar unos meses más para dedicarme full time a la facultad, a mi carrera olvidada. Pero la realidad es que lamentaría mucho tener que tocar mis ahorros, en unos meses, para mantenerme. No sé para qué guardo el dinero, si ni quiero invertirlo siquiera. Esto también me preocupa.
La facultad también me preocupa. He tenido que abandonar una materia (y quedarme sólo con otra) pues no me dan los tiempos. Y no encuentro la voluntad para estudiar. Hoy, por ejemplo, por primera vez, falté a trabajar. Ayer llegué a casa muy descumpuesto. Siempre he alardeado de la buena salud que poseo, pero en los últimos años el único problema que siempre he tenido se ha agravado, y eso es mi hígado. No es muy complicado, pero un ataque me tiene un día convaleciente. Hoy, ya que no iré tampoco al doctor y en lugar de ello también ganaré tiempo para inventar alguna excusa por no presentar certificado médico mañana, debería estudiar. Y ya es tarde y aún no he hecho nada.
Estas son las cosas que más me preocupan, pero aún no he hablado de la más importante.
Si he de nombrarla, mi preocupación se llama Ezequiel.

Me preocupa Ezequiel. Me preocupo yo mismo en mi relación con Ezequiel, lo que de mi ha quedado, y lo que he hecho con él.
Apenas un repaso. Ezequiel estudia conmigo. Él es menor y siempre hemos coincido más en los pasillos que en las clases de facultad. Una buena vez, divertido, quise incomodarlo haciéndole una pregunta. Bien podría decir que ese breve intercambio de palabras dio inicio a lo que luego fue creciendo.
Algún día lo encontré en Facebook y desde allí comenzamos a hablarnos. Fue pocos días antes de mi cumpleaños, tan buena relación habíamos trabado que lo invité a la reunión que hacía en mi casa. Sin conocer a nadie, vino. Y más tarde, con Leandro, los tres fuimos a bailar. Nunca había reparado en Ezequiel como hombre, pero ese día fue distinto. Cuando todos nuestros conocidos se fueron, solos en el boliche, le dije lo que sentía, lo que quería: que era para mi lindo y muy agradable, pero que no sentía ganas de nada más, aquella noche, que de darle un beso. Sería sólo un beso, los dos teníamos ganas, y la historia habría terminado. Eso para mi siempre estuvo claro.
Otro día también nos juntamos en mi casa, y algo tomado lo seduje impiadosamente. A Ezequiel siempre le gusté, y volver a darle un beso no me costó nada. Aquella noche no quedó sólo en el beso, fue más lejos, y ello es algo que me da culpa, pues después de eso fue mucho más fácil salir de su cabeza.
Después de muchas charlas él me invitó a su casa. Para ambos sería la prueba de fuego. Aquel día nos despedimos con un fuerte abrazo, había nacido nuestra definitiva amistad.
Pero yo, tremendo inbécil, siempre olvido lo inexperto y vulnerable que es mi pobre Ezequiel, y en todo este tiempo no he dejado de confundirlo.
Hace un tiempo Ezequiel conocío a alguien. Y yo me puse celoso. Él disfrutaba de mi estado aunque yo trataba de ocultárselo. Interpreté que, después de todo me gustaba. Ese alguien no tardó de desaparecer de la vida de mi amigo, y en su reemplazo aparecí otra vez yo.
Café de por medio, para mi, señoras y señores, no quedó nada claro. Habíamos planteado nuestras realidades, y acordamos, más incitado por él que por cualquier otra fuerza, que “probaríamos”. Lo nuestro no tenía título, y eso me asustaba. Lo nuesto, lo más cerca que nos tuvo fue en un encuentro tímido y vergonzoso de nuetros labios, en alguna calle transitada a plena luz del día.
En menos de una semana nos juntamos a comer, a hablar. Y no aguanté. Le dije que no quería, que me sentía mal, que tenía miedo, que estaba preocupado. Eso fue todo. Otra vez le partí el corazón. Nuestros encuentros virtuales se limitaron a saludos y preguntas de rigor, no más.
Yo siento que lo extraño, que me falta mi amigo Ezequiel, la persona más especial de mi vida. Y lo peor es que no sé qué quiero, qué espero. Porque Ezequiel me gusta, pero la realidad es que no me animo. Por él, por mi. Sobre todo por él.

PD: Ronda por mi cabeza, con fuerza, la idea de ir al psicólogo.